Para contarle a un empresario


¿Cómo puede estar el ser humano en armonía con su entorno si constantemente lo está alterando? Edward M. Forster Novelista, crítico y ensayista inglés (1879-1970).

Dentro del amplio terreno habían arrancado todos los árboles que no resultaban "adecuados" y habían hecho desaparecer todos los arbustos para que no estorbaran ningún recorrido ni interrumpieran las prolongadas perspectivas que desde ahora "mejoraban" el paisaje. Por supuesto, habían librado además una guerra de exterminio contra el conjunto de la "maleza", cuyo discriminatorio apelativo ya parece estar obligando a eliminarla. Ahora ofrecían a nuestra observación un "ambiente natural" completado con varias cirugías mayores: el alteamiento de las barrancosas orillas del río, el relleno de los madrejones que internamente las flanqueaban, y la notoria intervención ampliatoria de la laguna -antigua cava artificial que se había asilvestrado- en reemplazo de los molestos espejos de agua cegados previamente.

Querían mostrarnos -y demostrarnos- que todo lo hecho hasta allí se encuadraba en la mayor corrección y era por demás razonable. Del fantástico emprendimiento que proyectaban llevar a cabo en tal espacio, ésa es otra historia, tema de varias notas que yo había escrito anteriormente  y de muchas otras  que vendrían a posteriori.  

Por lo pronto ostentaban la autorización para desmontar emanada de la autoridad pertinente, la que siempre consideró que toda vegetación no maderable es material de descarte que puede ser removido sin inconveniente alguno. Lo legal no siempre es legítimo.

Por supuesto que ninguno de los empresarios tuvo la mirada atenta para ver, por delante de las máquinas y los machetes, la huida de atractivas aves de matorral que allí se albergaban, como el pijuí, cuyo reiterado reclamo amplificado por el agua persistía por un buen trecho en los oídos de los remeros, ni la fuga silenciosa y sin retorno de conejitos y cuises que protegían sus vidas inermes en la maraña. Quizás no sentirán las ausencias porque nunca supieron de los chororós de ojos colorados que comían hormigas en el suelo, ni de lagartos que tomaban sol, ni de "burritos"que son como pequeñas gallinetas y correteaban y silbaban ocultos por la vegetación palustre; tampoco de la simpática "comadrejita cuatro ojos" (un auténtico marsupial que, igual que los canguros, lleva a su cría en el bolsillo del vientre) y que anidaba sobre una rama baja. 

¿Cómo explicarles a quienes tasan la vida sólo en réditos monetarios, que hasta un árbol caído hace tiempo sigue poseyendo un precioso valor como refugio y como materia de tanta nueva vida que a veces configura un ecosistema en versión reducida?  ¿Cómo explicarles, además, cuánto tiene que ver eso con nosotros, los humanos, cuánto nos involucra aun residiendo lejos de ese sitio, cuánto influye negativamente todo ese trastorno en la ciudad misma? Menos estarían en condiciones de entender los complejos procesos de la relación entre el fluir del río, su cauce, la flora y fauna acuática, las franjas ribereñas con sus lagunas y zanjones, los bosques en galería y su comunidad vegetal y animal, por más que ellos mismos hubieran estado alterando profundamente toda esa trama. Demasiado para aprenderlo de golpe y mucho más difícil cuando comprender resulta inconveniente, y también más fácil rechazarlo tomándolo por un ataque de sensiblería cuando se lo expone en términos sencillos o de pedantería cuando se entra a dar fundamentos científicos.

Quizá entendieran siquiera una parte de todo esto por medio de una motivación económica, pensé, mientras uno de ellos exponía sus obras y razones a la vez que conducía  a través del campo al nutrido grupo de observadores que conformábamos funcionarios y ambientalistas.

-Y aquí, por ejemplo- dijo de pronto señalando un área "limpia"-sacamos todo lo que no servía para nada… estaba lleno de curupíes inútiles…  -¡Ay!- salté inmediatamente- ¿No sabía usted que casi toda la obra escultórica de Juan de Dios Mena está realizada en curupí? Claro que no lo sabía e hizo derivar la conversación hacia otros rumbos.

Desde lo referido transcurrieron algunos años. Hace poco, y como las únicas lagunas que deseo achicar son las de mis ignorancias, abrí con placer un excelente librito (el diminutivo es sólo por el tamaño) ideal para curiosos y principiantes: 100 Árboles argentinos, escrito con  fervor y sapiencia por los reconocidos naturalistas y educadores ambientales Eduardo Haene y Gustavo Aparicio. Pues bien, al llegar a la página 82 me encuentro, entre esos cien seleccionados por representativos, nada menos que ¡al curupí! Y descubro con sorpresa que, además de usarse su savia espesa y lechosa como adhesivo natural y de tener aplicación en la medicina popular, ese látex concentró mucho  interés durante la segunda guerra mundial debido a la generalizada escasez de caucho. Así fue como aquí, en nuestro país, se llegaron a producir cubiertas de autos a partir del curupí, alternativa que luego se abandonó por lo oneroso del proceso de la materia prima.

Ya hace setenta años o más el distinguido científico y ecologista Aldo Leopold decía que sólo un mecánico loco tira las piezas de un auto sólo porque él ignora para qué sirven. Pero, de todos modos, tampoco podemos juzgar y clasificar a la naturaleza basándonos en su utilidad manifiesta o probable, en lo poquísimo que en realidad sabemos (científicos incluidos) de sus infinitas funciones, relaciones y propósitos y de los misteriosos roles que juega cada ser vivo por insignificante que parezca o por invisible que resulte (miren los virus) en la urdimbre de la vida donde, como en el juego de la yenga, todo puede venirse abajo porque retiramos una pequeña maderita que veíamos desde una única y equivocada perspectiva.  

Las singularidades carecen de sentido si perdemos de vista el diseño general del que todas ellas forman parte. Michael Polansyi, químico, filósofo y catedrático de origen húngaro.
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En página siguiente, El beso, talla en curupí de Juan de Dios Mena, de 1939.

Foto: Gustavo A. Leoni. Esta obra fue regalo de bodas, de un grupo de amigos que incluía al artista, para los padres de la autora del texto. El Ateneo editó en 2005 el libro Mena de la Dra. en Historia Mariana Giordano, docente de Historia del Arte en la UNNE: El volumen incluye entre su profusión de fotografías otra imagen a página completa de El beso (pág. 173).

Publicado en El Diario de la Región, de Resistencia, Chaco, el sábado 31 de marzo de 2007



09 de Agosto de 2010

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