Iberá en el tiempo


Desde siempre, la vasta y compleja red de lagunas, esteros, bañados, cañadas, y embalsados que conforman "los Esteros del Iberá", han sido verdadera fuente de fascinación y misterio, que dieran origen a innumerables formas de apreciarlo y percibirlo por las sociedad correntina de cada época.

Ya en el siglo XXI y habiéndose empezado a conocerlo de la mano de los avances científicos y tecnológicos, podemos afirmar que aún persisten esas mismas sensaciones de asombro en el que todavía intervienen dosis importantes de misterios, traducidos en nuevas mitologías, pero ahora conjugadas con necesidades por entender su magnificencia natural y sus encantos inspiradores de tradiciones y leyendas.

En términos generales, afirman los geógrafos, que "las formas de entender a la naturaleza por parte de una sociedad determinada, es relativa al contexto histórico en el que se encuentra". Este principio, nos lleva a indagar y entender un poco más acerca de las diversas percepciones e ideas que fuimos haciéndonos del Iberá con el transcurso del tiempo, al fin de conservarlo mejor. 

Cualquiera se llena de sorpresas cuando en el mar de la literatura, a veces en la profundidad de ese mar, se descubren cuentos, relatos, historias o anécdotas que tienen al Iberá como escenografía o refiriéndose a su naturaleza, presentada por lo general como una muestra de lo indómito, como un recóndito lugar donde el agua fluye por doquier e imposibilita cualquier acción del hombre por dominarlo como también como ámbito de los bravíos Caracarás, descendientes de los ancestrales guaraníes Caingang, como únicos atrevidos a navegarlo en sus confines. Así se descubre como poco después de 1610, los jesuitas Diego de Boroa y González de Santa Cruz, tras un derrotero por el río Paraná establecieron la reducción de Encarnación de Tapúa, a la cual lograron sumar a estos belicosos originarios de Apupen,  tal como ellos mismos reconocían a sus dominios que incluían los umbrales de la naciente del río Corriente. También sorprenden las menciones y cartografías de la misma Compañía de Jesús respecto de la laguna Iberá, a la que identificaron como "laguna de Santa Ana".

Desde otras crónicas, encontramos que uno de los primeros en citar al maravilloso y sorprendente Iberá a través de las plumas, fue el jesuita francés Francisco Xavier de Charlevoix (1682-1761) en su libro de 1756 "Historia del Paraguay" quien describía algunas de sus lagunas con sus llamativas islas flotantes, las que servían de hábitat a los mencionados Caracarás. También el ingeniero español Félix de Azara, que a propósito de contornear el norte del Iberá en 1787 mientras aguardaba iniciar su trabajo en la delimitación de las posesiones españolas en litigio con Portugal, generó diversos borradores cartográficos que se convertirían en antecedentes concretos sobre su localización y generalidades, los que se vieran reflejados en sus obras "Viajes por la América Meridional" publicada en Francia en 1809 y en la póstuma "Descripción e Historia del Paraguay y Río de la Plata" de 1847. Otro naturalista, el francés Alcide D`Orbigny (1802-1857) en su "Viaje a la América Meridional" de 1847, consagra un capítulo para relatar su expedición a la "Laguna Iberá", en el marco de su estancia en Corrientes entre 1825 y 1826. De entre los viajeros y expedicionarios de entonces, fue que se atrevió a indagar en la diversidad del paisaje correntino conjugándolo con las costumbres y tradiciones de su gente, época en la que el Iberá marcaba, en cierto modo, el fin de un espacio conocido y dominado y el principio de otro, dominado por infinitos horizontes de juncales, el brillo incesante de sus inmensos espejos de agua y el poderoso rugir de su entonces rey natural: el yaguareté.

Hacia el ocaso del siglo XIX, otro viajero y escritor francés llamado Jules Huret (1863-1915) dejó sus impresiones en su obra "De Buenos Aires al Gran Chaco" refiriéndose a este gran humedal como una "región de lagunas impenetrables durante largo tiempo y llena de muchos misterios por los habitantes del país, los que no se animaban a aventurarse en ella porque se suponen estar pobladas por indios salvajes, aunque en realidad están abandonadas a la fauna y la flora acuática".

En 1910 y en coincidencia con el año de publicación de la obra de Huret, la Sociedad Científica Argentina logra poner en marcha un ansiado proyecto: la exploración y estudio de la "laguna Iberá" que hasta ese momento era considerada "el gran enigma geográfico argentino", conforme rezan entre sus antecedentes. Entre otras cosas, la misión buscaba responder a una gran cantidad de interrogantes geográficos pero también a preguntas sobre sus habitantes, de las que se destacan textualmente "¿Quiénes son aquellos fantasmas que ligeros como el venado que corrían merodean por sus inmensos esteros?" o "¿Quiénes son aquellas gentes extrañas, de costumbres mas exóticas y de hábitos hasta hoy desconocidos que llevan una vida muy uraña? 

El paso del siglo XX mantuvo la incertidumbre de siempre, que ni siquiera la expedición científica de 1910 pudo desmitificar. El río Corriente, alguna vez llamado Aruhary,  siguió permitiendo la navegación que diera lugar a muchos a aventurarse en la difícil misión de conquistar sus escasas zonas altas interiores, acaso sin saber que con el tiempo, el aislamiento casi absoluto propiciaría hábitos y costumbres que forjarían una idiosincrasia muy particular marcando una poderosa resiliencia ambiental. Para otros, y por muchas décadas, siguió siendo la vía de acceso a sus recursos peleteros y plumíferos, generando profundos impactos, en algunos casos irreversibles. Pero esta misma situación generada, fue provocando inquietudes en muchas personas, en especial a partir de la década del ´60. Estas fueron adoptando distintas formas, las que poco a poco, año tras año, fueron cobrando cuerpo hasta alcanzar el grado de "movilización" logrando consumar con apoyo gubernamental la creación de la Reserva Provincial Iberá, la que vio la luz un 15 de Abril de 1983, mediante la ley 3771 de ese mismo año. Pocos días después, se concretaba la designación de sus primeros Guardaparques, a los que se hace efectivos a partir del primero de Mayo.

Hoy el Iberá, goza de una percepción social sensiblemente diferente. Las ideas de "lugar horripilante colmado de alimañas e improductivo para cualquier tipo de emprendimiento" se han transformado en "lugar embebido de bellezas escénicas, colmado de vida y beneficioso para algunos sectores económicos". Esta transformación perceptiva no se produce por mera casualidad, sino que desde luego, por la suma de acciones impulsadas por el mismo estado, que derivara en positivos efectos que hoy están al alcance de todos poder gozarlas. Contrariamente a ciertos mitos instalados, el carácter de Reserva Natural que adquiriera este territorio, no ha coartado ninguna forma de producción. Lo que ha hecho fue favorecer la adecuación productiva a ciertas normas jurídicas y de conservación, que al parecer, algunos todavía se resisten fuertemente a cumplirlas; encontrando en el carácter de Reserva que posee dicho espacio, el "chivo expiatorio" perfecto para evitar abrazar las premisas de la responsabilidad empresarial.

Más allá de todo, Iberá es hoy el "gran orgullo" correntino, su auténtica y codiciada "joya natural", que como tal, amerita seguir siendo resguardada por el eficaz trabajo profesional de un equipo, el de la Subdirección de Parques y Reservas, que desde el silencio, las convicciones y una profunda lealtad, garantiza responsablemente su perpetuación.   

*Fernando Laprovitta es Técnico en Turismo, Profesor de Geografía y Licenciado en Ciencias Sociales. Docente de la Universidad Nacional del Nordeste. Capacitador en Educación e Interpretación Ambiental.



06 de Mayo de 2010

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