Dorados en la ribera del Plata

Autor: Diego S. Olivera

Un vivaz chapoteo en la superficie desvió nuestra atención hacia la izquierda. Un hermoso dorado de más de 50 cm de largo emergió histérico y convulso de las aguas turbias, aunque circunstancialmente calmas, del río de la Plata, tironeado por una línea de pesca y el brazo fuerte de un pescador urbano. El hombre estaba acompañado por otro pescador, quien procuró tomar al pez luego de ser pasado a una red, pero el mordiscón lanzado fue veloz y agresivo, y la mano del hombre, y en especial sus dedos, se salvaron por milagro…

El suceso ocurrió a orillas del gran estuario el sábado 27 de noviembre de 2010 por la mañana. El sitio: Vicente López, a metros de la reserva ecológica del mismo nombre, donde la ribera del río fue drásticamente transformada por la mano del hombre para resultar en una árida explanada de concreto. En este punto del curso del río (o estuario, para ser exactos) más ancho del mundo, en una inexplicable tendencia de darle la espada frenéticamente a la naturaleza, la urbe aplasta toda manifestación natural posible y la arrincona hacia las riberas y la desplaza hacia el interior del continente, la enferma con sus venenos, la mata con sus armas tecnológicas y cada vez más sofisticadas.

“Sólo quedan doradillos, que raramente superan los 30 cm”, nos comentaron hace unos meses con conocimiento de causa y un tono de voz no poco entristecido, en referencia a la presencia por estos lares del “tigre de río” o “pirayú” (según el vocablo guaraní). El dorado es un voraz pez cazador que puebla la cuenca del río Paraná en el extremo austral de Sudamérica, constituye pieza clave en la red trófica de dicha cuenca y hace las delicias de los pescadores deportivos más fanáticos en el tradicional festival que se da cita anualmente en aguas correntinas. El dorado sufre fluctuaciones en sus poblaciones no del todo comprendida, alternando períodos de abundancia con otros de escasez notable y su situación se considera indeterminada (Chebez, 2009, “Otros que se van”).

Así es que nos habían dicho que a la latitud de Buenos aires sólo llegaban pequeños ejemplares del dorado y en poca cantidad, a diferencia de lo que ocurría antaño, en que gran cantidad de cardúmenes se congregaban en el sur de la gran cuenca y los ejemplares ostentaban un peso y un tamaño mucho mayores.

A contrapelo de la urbanización, la transformación de ambientes y la contaminación, una parte de la población de dorados de la Argentina se rebela en estos días calurosos de noviembre y alcanza las costas de Buenos Aires. “Hace días que los están pescando y en buenos tamaños, en particular con la modalidad embarcado”, nos aclara Tomás, guardaparque de la reserva, acerca del fenómeno.

Y no solo habían llegado hasta aquí, tan al sur, estos dorados, sino que cada ejemplar, como respondiendo a un mandato natural ancestral, salta con fuerza y sobrepasa la superficie del agua para mostrarnos en la mañana brumosa su fulgurante silueta, y sus escamas de colores y destellos metalizados, característicos de la especie.

Los biguás estuvieron apostados durante un buen rato en los escombros cercanos a la orilla a la espera de peces más bien pequeños, y nosotros, los naturalistas que ocasionalmente nos habíamos reunido esa mañana allí para recorrer la reserva, quedamos maravillados por el espectáculo y claramente esperanzados a pesar de las noticias negativas que muchas veces los medios de comunicación nos acercan respecto del estado de salud de los ecosistemas.



29 de Noviembre de 2010

Comentarios



  1. #1   Sebastian Linardi dijo: 30.11.2010 - 02:00hs Un caluroso 1 de Enero de 1997 o 1998, ví pescar dorados grandes (y varios), desde la costa de la Ciudad de Buenos Aires. Fue en la costanera de concreto que rodea el predio de Costa Salguero. Y los tipos tiraban desde la costa, y sacaban (salto del dorado incluído).

  2. #2   Diego S. Olivera dijo: 01.12.2010 - 13:18hs Muy intersante Sebastián, gracias por comentarlo.
    saludos
    Diego

  3. #3   Sebastián Fusco dijo: 27.02.2011 - 23:18hs Doy fe de estos hechos porque los presencié junto a Diego y otros alumnos de él. Queda por confirmar si el sapo que vimos ese día era un cururú o no. Saludos, Seba.



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