Palabras de antaño: Horacio Quiroga

Autor: José Athor

Hace 132 años, el 31 de diciembre de 1878, nacía en Salto, Uruguay, Horacio Quiroga.

Su vida estuvo marcada por varios y trágicos infortunios, fueron quizás estas desgracias que moldearon al escritor, quien a través de su obra se permitió resaltar y jugar con el drama y la tragedia presentes permanentemente en sus escritos.

Por un viaje que realiza con Leopoldo Lugones, conoce la selva de Misiones, lugar del que se enamoró para no dejarlo mas, aunque el destino quiso que viajara a Buenos Aires para atender una enfermedad, que finalmente desencadenará su decisión de envenenarse con cianuro. Su muerte fue en Buenos Aires el 19 de febrero de 1937.

Fue un notable escritor cuyo género preferido y en el que descolló fue el cuento.
Publicó en la revistas Caras y Caretas y Fray Mocho, también en La Nación. Entre sus numerosos libros se encuentran: “Cuentos de la selva”, El Desierto”, “Anaconda”, “Los arrecifes de coral” “Los perseguidos”, “Historia de un amor turbio”, “Cuentos de amor, de locura y de muerte”,“La gallina degollada y otros cuentos”, “El hombre muerto”, entre otros.

A través de su obra describió la selva misionera y sus personajes así como sus animales a los que animó e hizo hablar.

Traemos para su recuerdo este fragmento que describe un sector del río Paraná:

“Remonté, pues el Paraná hasta Corrientes, trayecto que conocía bien.

Desde allí a Posadas el país era nuevo para mí, admiré como es debido el cauce del gran río anchísimo, lento y plateado, con islas empenachadas en todo el circuito de tacuaras dobladas sobre el agua como inmensas canastillas de bambú. Tábanos, los que se deseen.

Pero desde Posadas hasta el término del viaje, el río cambió singularmente. Al cauce pleno y manso sucedía una especie de lúgubre Aqueronte –encajonado entre sombrías murallas de cien metros-, en el fondo del cual corre el Paraná revuelto en torbellinos, de un gris tan opaco que mas que agua apenas parece otra cosa que lívida sombra de los murallones.

Ni aun sensación de río, pues las sinuosidades incesantes del curso cortan las perspectiva a cada trecho. Se trata en realidad, de una serie de lagos de montaña hundidos entre tétricos cantiles de bosque, basalto y arenisca barnizada en negro.

Ahora bien: el paisaje tiene una belleza sombría que no se halla fácilmente en los lagos de Palermo. Al caer la noche, sobre todo, el aire adquiere en la honda depresión una frescura y transparencia glaciales.

El monte vuelca sobre el río su perfume crepuscular, y en esta vasta quietud de la hora el pasajero avanza sentado en proa, tiritando de frío y excesiva soledad.”

Fragmento del cuento “El Simun”



30 de Diciembre de 2010

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