Andrés Giai, el primer naturalista de Misiones, descansará en la Selva de Güirá Oga


El deseo del primer naturalista en Misiones, Andrés Giai, y también del último gran naturalista argentino, Juan Carlos Chébez, se cumplirán: los restos del primero descansarán, finalmente, bajo los árboles de la Selva Paranaense.

“El año pasado ya habíamos anunciado que estábamos en tratativas de exhumar los restos de Andrés Giai, pero todo dependía de la familia y hoy la familia ha decidido exhumar los restos que están en un terreno baldío, en Puerto Esperanza, y trasladarlo a Güirá Oga, en Puerto Iguazú”, contó Jorge Anfuso, el responsable del predio de rescate de fauna silvestre que justamente lleva el nombre Andres Giai, y que está dentro de la red de áreas protegidas de Misiones.

“Los próximos pasos son burocráticos”, aclaró Anfuso en diálogo con el programa Levantando Polvareda, de Radio Nacional Iguazú. “Ahora hay que hacer el pedido ante la Municipalidad de Puerto Esperanza y una vez que exista el permiso, con técnicos de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara y personal de Guirá Oga y de la Comuna, haremos la exhumación y el traslado correspondiente”, agregó.

¿Por qué trasladar los restos de Andrés Giai a Güirá Oga? O dicho de otra manera: ¿Cómo surge esta iniciativa? La respuesta de Jorge Anfuso se remonta a los orígenes del primer naturalista Andrés Giai; se mimetiza con otro gran naturalista argentino, Juan Carlos Chébez y confluye inexorablemente en el área protegida de Puerto Iguazú.

“Creemos que es un justo homenaje a una persona que vino a Misiones para morir en la selva”, comienza a explicar Anfuso. “Costó muchísimo reencontrar la tumba de Andrés Giai porque se había perdido. Junto a Juan Carlos Chébez, con quien bautizamos al predio de Güirá Oga con su nombre, en el año 2001 estuvimos en el sitio donde están sus restos, en Puerto Esperanza; después lamentablemente no lo volvimos a encontrar, perdimos la referencia y recién en el 2003 pudimos relocalizarlo y comenzar a hablar con la familia”. Lo que sigue son “muchos años de tratar de convencer a la familia para hacer ese traspaso y finalmente su hija, quien está en El Bolsón, hoy (30 de octubre de 2014) nos dio el sí correspondiente y en breve ya están llegando todos los papeles, porque eso ya fue firmado ante el Juzgado de Bariloche para hacer todos los tramites necesarios y lograr que Andrés Giai descanse como corresponde, para darle un merecido homenaje a alguien que hizo muchísimo por la fauna y la flora, y que tras conocer Misiones decidió volver para morir aquí”.

“Después de estar en Misiones, en el año 1948, Andrés Giai viaja al sur de la Argentina y más tarde vuelve a nuestra provincia, y se presenta en el domicilio de un conocida familia de la localidad de Puerto Esperanza en aquellos tiempos y dice ´aquí estoy, estoy de vuelta, vengo a morir, me vengo a quedar en Misiones porque acá todos los pájaros me conocen`. Ý al poco tiempo fallece”, memora Anfuso.

Viaje a Misiones

Andrés Gaspar Giai, taxidermista en el Museo de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, en Buenos Aires, supo en el año 1947 de la existencia de un “raro pato” (pato serrucho) en la frontera oriental del Territorio Nacional de Misiones. Para encontrarlo “partió, en 1948, a esta tierra casi virgen, y con la ayuda de Vialidad Nacional que se encontraba trazando la ruta 12, llegó hasta el puente del arroyo Aguaray Guazú: su primer encuentro con la selva y sus secretos. Conoció a la hormiga “corrección”, se mezcló con baquianos que le enseñaron a distinguir abejas montaraces (hasta por el olor de su miel), y aprendió el abecé de la caza en el monte. Él mismo se convirtió en un baquiano, reconoció rastros, aprendió a trampear y cazar como lo hacían los locales. No sólo con finalidad científica, su principal móvil, sino también para alimentarse, pues aquellos apartados sitios no contaban con almacenes ni casas para aprovisionarse”, cuenta Jorge Anfuso, responsable del Centro de Recuperación de Fauna Silvestre Güirá Oga.

El naturalista logró su objetivo, pero un hecho imprevisto desencadenó su decisión de adentrarse aún en la Selva, y si proponerse, selló así su unión con este rincón del país. “Su primer pareja de “serruchos” estaba ya taxidermizada cuando una rata, que se había ganado en su rancho techado de pindó, se ensañó con las patas de uno de ellos”, relata Anfuso. “La búsqueda de nuevos ejemplares se complicaba en el Aguaray Guazú. Prefirió entonces avanzar más al norte, hasta el Urugua í, donde las selvas sí eran vírgenes, y los yaguaretés se acercaban al campamento de Vialidad para observar a los intrusos y donde no existía ninguna noticia de exploraciones río arriba. Píriz y el negro Pedro Mareco (que según decían “olía a los animales”) eran sus baquianos, y los tres desaparecieron en la selva por meses. Librado a su suerte y a su resistencia física, Giai estaba dispuesto a captarlo todo. El pato serrucho era una presencia habitual y pudo obtener nuevos ejemplares. Ya no debía cuidarlos de las ratas, sino de las águilas crestadas -como la viuda y la real, predadores naturales del pato-, quienes trataban de arrebatarle los ejemplares embalsamados”.

Andrés Giai –continúa Jorge Anfuso- “fue testigo del accionar de “bandas” de lobos gargantilla (nutria gigante) persiguiendo peces y tortugas. Gritos y soplidos de un animal que hoy habría desaparecido de la Argentina. Convivió con carpinchos, venados, chanchos de monte (tateto y cabalí), antas, pacas, acutíes, pumas, gatos onza, pavas, monos caí y coatíes. Por nombrar sólo a algunas de las especies que su pluma se encargó de describir.

“Pero la ausencia de noticias comenzó a preocupar a parientes y compañeros del museo, la policía territorial había perdido su rastro en el campamento de Vialidad. Y pasaron varios meses… hasta que tres hombres, barbudos y muy delgados, emergieron de la selva del Urugua-í: habían vivido a carne de monte, mate y “reviro”, y traían un valioso cargamento de novedosas piezas faunísticas (entre ellas cuatro patos serrucho)”.

Las crónicas del viaje que realizó Andrés Giai a Misiones en el año 1948 y los resultados científicos fueron publicados entre 1950 y 1951 en El Hornero.

Efecto multiplicador

Las historia, los relatos de Andrés Giai sobre la Selva Misionera, “causaron tal entusiasmo entre sus camaradas del museo, que comenzaron a programarse nuevos viajes, a los que se agregaron William Partridge y Jorge Cranwell. Consiguieron financiación para instalar el campamento base “Yacú-poí” (casi una “estación biológica”), estratégicamente ubicado cerca del ya clásico “barrero Palacio” (los misioneros llaman “barreros” a los sitios donde los animales acuden en busca de sales que afloran naturalmente). Perfecto Rivas, el baquiano con quien Giai entabló una perdurable amistad no había visto un palacio ni en fotos, pero bautizó así aquel barrero por hallarlo “magnífico, y alto como un palacio”.

El campamento, iniciado gracias a las hazañas de Andrés Giai, se mantuvo hasta 1960. Por momentos se poblaba de prestigiosos investigadores, naturalistas, taxidermistas y una no menor proporción de baquianos y amigos, a los que Giai entretenía empuñando con frecuencia la guitarra.

Un viaje por el sur y el regreso a la Selva

En el año 1952, Giai eligió un nuevo destino: la cordillera nor-patagónica. “Vivió en Bariloche, siguió mirando pájaros, y ahora rastreaba huemules”. En la década del 70 “se decidió a rescatar sus artículos publicados en viejas revistas y compilarlos en un libro. En eso estaba cuando el documentalista Andy Pruna lo conoció, y no dudó en incluir su pericia y carisma en “Había una vez en el sur”, un documental de naturaleza que fue “éxito de taquilla“. Pruna quedó tan conforme con don Andrés que le propuso rodar “Había una vez en el norte”, en la Misiones de sus recuerdos.

“Giai abrazó la idea con entusiasmo y volvió a la selva en 1975. Se asomó a las Cataratas del Iguazú y se alojó en la Seccional Yacuy del parque nacional. Hizo base en Puerto Esperanza. Entre mate y mate había dicho a los amigos “Me voy a quedar en Misiones, porque acá todos los pájaros me conocen¨. Pero vaya a saber qué presagio lo llevó a presentarse un día en lo de Hugo Pesce, con la siguiente frase: ´Aquí estoy, vengo a morirme `.

“Poco después, una fría madrugada, Andrés Giai (“Andresito” para los íntimos), el excelente naturalista, el hábil dibujante, el taxidermista genial, el músico de varios instrumentos, este “Hudson” en pleno siglo veinte, calló para siempre. Sus amigos lo enterraron en la selva“.

Un año después de su partida, se publicó su libro “Vida de un naturalista en Misiones”. Cuarenta años después, sus restos serán trasladados al área protegida en la que se emplaza el Centro Guirá Oga, en Puerto Iguazú, que lleva y reivindica de manera superadora su nombre.


Fuente: Refugio Guirá Oga, fundado en agosto de 1997, en Puerto Iguazú, por Jorge Anfuso y Silvia Elsegood, naturalistas y especialistas en la rehabilitación de aves rapaces.



30 de Noviembre de 2014

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